SOBRE LA CORRECCIÓN DE LO ESCRITO
¿Vale
la pena corregir?
Esta pregunta es fundamental,
sin embargo son pocos los profesores que
se plantean esta pregunta. La mayoría de
profesores corrigen espontáneamente,
como autómatas, sin pensar ¿Por qué corrigen? o ¿Cómo corrigen? , dando el
reflejo de que solo lo hacen por tradición, porque forma parte del rol del maestro.
Si reflexionamos logramos
entender que desde siempre, se ha considerado la corrección como la culminación
del aprendizaje, siendo útil para ambos porque al alumno le permite saber si
sus escritos están bien o mal, qué errores ha cometido y cuáles son sus soluciones
correctas; y al profesor, le da orientaciones sobre qué contenidos presentan dificultades.
Pero no todo el mundo piensa
igual. En los últimos años algunos profesores -sobre todo de inglés como lengua
extranjera- han empezado a desentenderse de la corrección, afirmando que es una
actividad poco útil y, poco rentable.
Ellos sostienen que lo más
importante en el proceso de aprendizaje es la motivación y los modelos
lingüísticos para escuchar o leer, y que los errores que hacen los alumnos son
consecuencia de deficiencias en estos dos aspectos. Por lo tanto emplean sus esfuerzos
en estimularle a leer y escribir, en investigar qué temas pueden resultarle más
interesantes, a buscar textos de lectura y ejercicios que le interesen, a
ayudarle a redactar, etc. Creen que, a largo plazo, es más eficaz dedicar el
tiempo a estas actividades que no a la corrección. En definitiva, según
manifiestan ellos aprovechan el tiempo
para atacar la auténtica causa del mal y dejar a un lado los errores de sus
alumnos.
Entonces ¿Vale la pena
corregir? Pues bien cada cual con sus ideas y que adopte la postura que más le convenga.
En mi opinión, la corrección debe ser un instrumento que oriente el aprendizaje
del alumno, llevando un monitoreo adecuado en el que el alumno sea partícipe de
sus errores y no queden plasmados solo en las hojas como mera recepción sin
respuesta, sino que estas correcciones generen un cambio de su propio
aprendizaje. Es preciso concebirla como una técnica didáctica más y no como una
operación de control obligatoria al final de cada texto.
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